20/12/16

EL MONOPOLIO RADICAL DEL TRANSPORTE.- Energía y Equidad, Ivan Illich

EL MONOPOLIO RADICAL DEL TRANSPORTE.- Energía y Equidad, Ivan Illich

En 1973 Ivan Illich publica Energía y Equidad, texto  que ha sido una referencia fundamental  en el estudio del transporte y el consumo de energía: cuando el consumo de energía excede cierto nivel termina la posibilidad de mantener una distribución equitativa del control sobre el poder mecánico de la sociedad.  Será una referencia obligada en la mesa El colapso desarrollista; obligados a repensar todo de nuevo del próximo seminario internacional Ivan Illich lo político en tiempos apocalípticos de Cuernavaca del 30 de agosto al 4 de septiembre de 2016. Abajo un título de este libro.
EL MONOPOLIO RADICAL DEL TRANSPORTE
Como indiqué anteriormente, para poder entender la disfunción que analizamos hay que distinguir entre la circulación, el transito y el transporte. Por circulación designo todo desplazamiento de personas. Llamo transito a los movimientos que se hacen con energía muscular del hombre y transporte a aquellos que recurren a motores mecánicos para trasladar hombres y bultos. Sin duda, desde tiempos inmemoriales el animal ha compartido el hambre del ser humano y fue su dócil vehículo. Es cosa del pasado: el aumento de los hombres cada vez lo excluye más de un mundo superpoblado y ahora los motores mecánicos generan la forma inhumana de los movimientos.  
Dentro de esta perspectiva, se diferencian dos formas de producción de la circulación. El transporte, que es la forma basada en la utilización intensiva del capital; el transito, la forma basada en el trabajo intensivo del cuerpo humano. El transporte es prevalentemente un producto de la industria, el transito no lo es, ni puede serlo. Quien transita en el acto es eminentemente su propio dueño, quien usa transporte es pasajero o usuario, inevitablemente cliente de una industria. El transporte que se usa es un bien con valor de cambio, sujeto a la escasez. Se somete al juego del mercado, organizado como un “juego suma cero”, de tal manera que si unos ganan los otros pierden. El transito, por definición, tienen un valor de uso, que normalmente es del transeúnte. No se ve necesariamente afectado por algún valor de cambio. El niño puede visitar a su abuela sin pagar a nadie, pero puede, si quiere, llevar un bulto para el vecino de la señora, cobrando por la molestia de llevarlo. Hay penuria de transito únicamente al negar a los individuos la posibilidad de utilizar su capacidad innata de moverse; no se les puede privar del medio de locomoción que usan. Por esto el transito en sí no es fácil de organizar como un “juego suma cero”. Por su naturaleza, al mejorar el tránsito de un miembro de la colectividad, mejora la suerte del conjunto. Todo esfuerzo  por perfeccionar el transito toma la forma de una operación en la que todo el mundo sale ganando. En cambio, de toda lucha por acelerar el transporte (por encima de cierta barrera), inevitablemente resulta en un aumento de la injusticia. El transporte más rápido para algunos inevitablemente empeora la situación de los demás.  
Las paradojas, contradicciones y frustraciones de la circulación contemporánea se deben  al monopolio ejercido por la industria de los transportes sobre la circulación de personas. La circulación mecánica no solamente tiene un efecto destructor sobre el ambiente físico, ahonda las disfunciones económicas y carcome el tiempo y el espacio. Además de todo esto, inhibe a la gente a servirse de sus pies, incapacitando a todos por igual. En Los Ángeles no hay destino para el pie: el coche dictó su forma a la ciudad.   
El dominio del sistema industrial de circulación sobre el sistema personal se establece cuando, y sólo entonces, los medios de transporte circulan a velocidad prepotente. La velocidad, al volverse obligatoria, arruina el transito a favor del transporte motorizado. Dondequiera que el ejercicio de privilegios y la satisfacción de necesidades más elementales va unida al uso del vehículo prepotente, se impone la aceleración de los ritmos personales. La industria tiene el monopolio de la circulación cuando la vida cotidiana llega a depender del desplazamiento motorizado.
Este poderoso control que ejerce la industria del transporte sobre la capacidad innata que tiene todo hombre para moverse, crea una situación de monopolio más agobiante que el monopolio comercial de Ford sobre el mercado de automóviles o el monopolio político que ejerce la industria automovilística en detrimento de los medios de transporte colectivos. Por su carácter disimulado, su atrincheramiento, su poder para estructurar la sociedad, este monopolio es radical: obliga a satisfacer de manera industrial una necesidad elemental hasta ahora satisfecha de forma personal.  El consumo obligatorio de un bien de cambio, el transporte motorizado, restringe la condiciones para poder gozar de un valor de uso superabundante, la capacidad innata de transito. La reorganización del espacio a favor del motor vacía de poder y de sentido la capacidad innata de moverse.
La circulación nos sirve aquí de ejemplo para formular una ley económica y política general: cuando un producto excede cierto límite en el consumo de energía por cabeza, ejerce el monopolio radical  sobre la satisfacción de una necesidad. Este monopolio se instituye cuando la sociedad se adapta a los fines de aquellos que consumen el total mayor de quanta de energía, y se arraiga irreversiblemente cuando se empieza a imponer a todos la obligación de consumir el quantum mínimo sin el cual la máquina no puede funcionar. El monopolio radical que ejerce una industria sobre toda una sociedad no es efecto de la escasez de bienes reservados a una minoría de clientes; es más bien la capacidad que tiene esta industria de convertir a todos en usuarios.
En toda América Latina los zapatos son escasos. Mucha gente no los usa jamás. Caminan descalzos o con sandalias, huaraches o caites que ellos mismo fabrican; sin embargo, nunca la falta de zapatos ha limitado su tránsito. Pero, unas dos generaciones atrás, se convirtió en ideal de los nacionalistas calzar al pueblo. Se empezó a obligar a la gente a calzarse, prohibiéndoles comulgar, graduarse o hacer gestiones públicas ante burócratas, presentándose descalzos. El poder del burócrata para definir lo que es bueno para el pueblo inevitablemente le da el poder de establecer nuevas jerarquías.      
Como el calzado, las escuelas han sido siempre un bien escaso. Pero el solo hecho de admitir una minoría privilegiada no ha logrado que la escuela sea un obstáculo para la adquisición de saber por parte de la mayoría. Ha sido necesario establecer la escuela gratuita y obligatoria para que el educador, convertido en tamiz entre el saber y las masas, pudiera definir al subconsumidor de sus tratamientos como despreciable autodidacta.
La industria de la construcción podría servirnos de tercer ejemplo de lo que es un monopolio radical. La mayoría de nuestra gente sabe aun crearse un ambiente físico y construir su casita. No es la casa del rico o del palacio de gobierno lo que impide que lo haga hoy, sino la ley que presenta la casa profesionalmente construida como modelo la que impide la autoconstrucción moderna a la mayoría.    
Los elementos que constituyen a una industria gran consumidora de energía en monopolio radical, se pone de manifiesto si tratamos de realizar los ideales que hoy rigen la circulación. Imaginémonos que se organiza un sistema de transportes para uso diario que realmente sea rápidogratuitoigualmente accesible para todos. En un mundo híper moderno, dotado de un sistema semejante, todos los transportes serían pagados con fondos públicos, es decir, con fondos recaudados por medio de impuestos. La imposición, a su vez, no sería solamente mayor para quienes ganan más, sino para quienes viven o tienen negocios más cercanos a las terminales. Además, quien llegara primero sería también primero en ocupar su plaza, sin prioridad para reconocida para el médico, ni a quien va de fiesta, ni al directivo. Un mundo utópico semejante bien pronto se manifestaría como una pesadilla, en la que todos serían igualmente prisioneros del transporte. Cada uno privado del uso de sus pies, incapaz de competir con los vehículos, se convertiría en agente de la proliferación ulterior de la red de transportes. La única alternativa que le quedaría se impone por sí sola: insistir en que la velocidad de los vehículos disponibles se reduzca a un nivel que permita al hombre competir con ella por sus propias fuerzas.   
Miguel Valencia
ECOMUNIDADES 
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
¡Descrecimiento o Extinción! 
Blog:  http://red-ecomunidades.blogspot.com/ 
Blog: Decrecimiento-Descrecimiento México: http://decrecimientomexico.blogspot.mx
Twitter @valenciamulkay

-- 

No hay comentarios.: