Los
bienes de la naturaleza pertenecen a todos los seres vivos, incluyendo a los
humanos. Eso quiere decir que por ningún motivo tenemos derecho a devastar lo
que hay en ella, ni apropiarnos, porque no somos los únicos dueños. Se debe
legislar para conservarla, no para venderla. Por eso los originarios de América,
nuestros ancestros pedían permiso a la tierra para cultivarla, daban gracias a
la lluvia, a los ríos por darnos la oportunidad de hacer uso de ellas. El agua
es un recurso sagrado. Esta visión que se tenía de la naturaleza, viene de
nuestras raíces, pero que es lo que ha pasado. Para que el proceso de
privatización se vea “normal”, desde hace tiempo, comenzaron a hacernos sentir
culpables por hacer uso del agua de manera “irresponsable”. Pero en realidad
somos culpables los ciudadanos y corrientes que solo usamos el agua para beberla,
asearnos nosotros y el entorno, y para cumplir con el ritual de mojarnos en
verano. Ya con la culpa encima, nos pasa desapercibido que este recurso vital
para el consumo humano, lo quieren privatizar. Esto de las privatizaciones, nos
recuerda, que no hace mucho, en 1854, cuando el presidente de los Estados
Unidos, Franklin Pearce, le ofrece comprarle las tierras al pueblo de los
Pieles Rojas, a cambio de destinarlos en reservas. Cuya respuesta, por el Jefe
de la tribu de los indios Swaminsh, aparte de estar llena de verdad
incuestionable, es poéticamente hermosa.
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